Detrás de la larga historia del Gran Hotel La Perla lo primero que se impone es una mirada retrospectiva a sus orígenes, a los protagonistas de aquella primera andadura, a la época en la que esta se produjo, y al contexto hostelero en el que nació este nuevo negocio. No cabe duda de que para entender el presente y para cimentar el futuro resulta obligado conocer y entender el pasado, que en el caso de La Perla es un pasado, por fortuna, perfectamente documentado e investigado.
Y siempre detrás de una iniciativa empresarial lo que hay es una persona, o unas personas, con iniciativa, con carácter emprendedor. En el caso de La Perla lo que hay es un matrimonio, Miguel Erro y Teresa Graz, y tras ellos toda una saga familiar que es la que ha sabido darle continuidad a aquella aventura empresarial que inició su andadura en 1881.
Miguel Erro, que había trabajado durante unos años como cocinero en la denominada Casa Alzugaray en el pamplonés Paseo de Valencia, tras contraer matrimonio con Teresa Graz deciden ambos instalarse por su cuenta poniendo su propio restaurante con servicio de habitaciones.
Para ella el mundo de la hostelería y de la restauración tampoco era desconocido precisamente; no hay que olvidar que Teresa Graz venía de Burguete, en donde su familia de la casa Koskolet regentaba desde mucho tiempo atrás la Fonda Graz.
Así pues, en sociedad con Silvestre Ripalda (a quien no se le conocen antecedentes en el gremio), el 5 de junio de 1881 inauguran en el número 9 de la Plaza de la Constitución (o Plaza del Castillo) la que llamaron “Fonda La Perla”, figurando oficialmente como propietarios “Miguel Erro y Compañía”. Allí duró sólo unos meses, y se trasladó enseguida al número 1 de esa misma plaza, en donde alquilaron a la familia Arraiza la casi totalidad de los cuatro pisos del edificio. El 15 de diciembre de ese año se disolvió la sociedad y el negocio quedó íntegramente en manos del matrimonio Erro-Graz.
Cuenta el doctor Arazuri (prestigioso historiador local pamplonés) que en aquella fonda se daban comidas a tres pesetas, y a dos cincuenta las cenas. La fonda aparecía frecuentemente en los periódicos locales anunciando la llegada de París de tal o cual “mademoiselle” que iba a mostrar la última moda en sombreros, fajas, corsés… O lo mismo se anunciaba la llegada desde Bayona de “sabrosos caponcitos”.
Desde una oficina de La Perla, alquilada por la Comisaría de Guerra y ubicada en el tercer piso del edificio, se dirigían las obras del Fuerte de San Cristóbal (“Fuerte Alfonso XII”), y también las de la traída de aguas a la ciudad, ciudad esta que en el año 1884 veía cómo se levantaban las calles para enterrar las tuberías que canalizaban el agua desde el manantial de Arteta. Y allí, a la Fonda La Perla, acudían los visitantes más ilustres que llegaban hasta la capital navarra.
La estrecha vinculación que la familia de Teresa Graz, propietarios de la “Fonda Graz” en Burguete, mantenía con Sant Jean de Pied du Port, permitía a esta abastecer a su restaurante de extraordinarios productos franceses que hicieron en pocos años de La Perla un restaurante de reconocida calidad y prestigio.
En 1884 un voraz incendio arrasó una parte de la fonda, pero Teresa Graz, de la que se dice que justamente logró salvar la vida en el percance, lejos de achantarse ante la adversidad, acomete ese mismo año junto con su marido el inicio de una importante reforma, sin cerrar las puertas del establecimiento, que permite arreglar los desperfectos del incendio y reestructurar todo el interior del edificio. Para entonces, y con tan sólo tres años de andadura, La Perla había adquirido ya la totalidad del edificio excepto las bajeras.
Por aquellos años los propietarios de la Fonda La Perla se habían hecho, entre otras, con la explotación desde febrero de 1882 del ambigú del Teatro Principal (actual Teatro Gayarre) y con la explotación del balneario de Betelu, y con la mayor parte de los servicios encargados por el Ayuntamiento de Pamplona.
En el año 1885, en julio concretamente, la provincia de Navarra conoce los efectos de una terrible epidemia de cólera que acabó con cientos de vidas. La ciudad se vio obligada a cerrar sus puertas, y los establecimientos dedicados al alojamiento de viajeros se vieron forzados a no admitir a nadie. Tan sólo La Perla, fruto de la religiosidad y del espíritu caritativo de sus propietarios, se dignó a acoger a todos aquellos que solicitaban sus servicios.
Miguel Erro y su esposa confiaron en que las fumigaciones que se hacían en los portales de la ciudad serían suficientes para evitar el contagio, pero no fue así. Después de las fiestas de San Fermín se trasladó Miguel Erro, como ya era costumbre, al balneario de Betelu para atender la temporada veraniega, y fue allí donde a finales de ese mes se le manifestó la temida enfermedad, falleciendo el 31 de julio. Su muerte a causa del cólera hizo que al día siguiente el rey Alfonso XII suspendiese su viaje a Betelu, a donde acostumbraba a pasar unos días durante la época estival. Se habló entonces de que la muerte de Miguel Erro había servido oportunamente para evitar la muerte del rey, pero lo que nadie sospechaba es que al monarca le quedaban menos de dos meses de vida.
Durante los mismos días que Miguel Erro agonizaba y moría en Betelu, su establecimiento pamplonés atendía en exclusiva el servicio de comidas en el lazareto habilitado en Pamplona para atender a los enfermos de cólera que había en la ciudad; ningún otro restaurante de la ciudad se había atrevido a prestar este servicio. El último testimonio de vida que se conoce del fundador de La Perla es una factura firmada por él, para el Ayuntamiento de Pamplona, fechada el 27 de julio de 1885 correspondiente a las comidas servidas ese día en el lazareto de coléricos.
Fue aquél un verano muy triste para Pamplona a causa de la epidemia colérica. El 26 de octubre de 1885, con una función religiosa de acción de gracias celebrada en la Catedral de Pamplona, la ciudad daba por finalizado este penoso episodio de su historia.
Pese al fallecimiento de su marido, y pese a que prácticamente estaba por inventarse el concepto de mujer empresaria, Teresa Graz decide seguir adelante con el negocio, respaldada siempre y de modo muy efectivo por su cuñada Micaela Erro, consiguiendo poco después para la fonda la categoría de hotel, funcionando como tal desde el 1 de enero de 1888, aunque en algunos impresos de los años 1884 y 1885 “La Perla” ya se autodenominaba hotel.