"Al llegar a la Plaza del Castillo, en el corazón del
casco antiguo, parecen resonar las palabras de Jake
Barnes, el protagonista de la novela: “La plaza
ardía, los árboles estaban verdes y las banderas y
gallardetes ondeaban en sus astas”. Hoy, la plaza
vuelve a arder. Arriba, el sol brilla sin tregua, los
niños juegan en torno al quiosco y la gente abarrota las terrazas. En el Gran Hotel La Perla, en un
extremo, se puede aún dormir allí donde descansó Hemingway las últimas veces que visitó Pamplona. El establecimiento conserva todavía, con su
decoración original, su habitación preferida. En la
misma plaza, muy cerca, la terraza del bar Txoko
sigue igual que cuando el autor se sentaba a esperar que empezaran las corridas con sus amigos. Sin
embargo, el Café Iruña es probablemente el lugar
más emblemático de la ruta Hemingway: “Tomamos café en el Iruña [dice el protagonista de la
novela] sentados en cómodos sillones de mimbre,
mientras desde la fresca sombra de las arcadas con-
templábamos la gran plaza”. El Iruña, un local del
s.XIX, decorado al estilo belle époque, cuenta con
un anexo dedicado al novelista llamado El Rincón
de Hemingway, con una estatua del escritor junto
a la que a menudo beben los turistas. Hay otra, al
lado de la plaza de toros, en el Paseo Hemingway,
donde se alza una escultura de bronce y granito
del autor con la inscripción: “Amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas, que supo describir
y propagar la ciudad de Pamplona”
“Pamplona le debe mucho a Hemingway, pero
Hemingway también le debe mucho a Pamplona”,
afirma el escritor e investigador navarro Fernando
Hualde. Los lugareños atesoran, como parte de la memoria local, abundantes historias sobre sus
juergas en los cafés, sus devaneos con las mujeres, sobre la afición que sentía por los toros... Sin
embargo, Hemingway nunca corrió un encierro.
“Le tenía pánico –afirma Hualde–. Un día, estaba
en la puerta de la cocina de un hotel que daba a la calle Estafeta esperando a que pasaran los
toros cuando, de repente, en medio del tumulto,
alguien lo reconoció y le cogió del brazo para que
saliera a correr, pero Hemingway se dio tal susto
que se agarró a lo primero que pudo: el asa de
una enorme cacerola donde estaban calentado
leche lanzando el líquido por el aire y mojando a
todos”. Son sólo anécdotas, pero Pamplona ocupa
sin duda un lugar especial en la biografía del
premio Nobel de Literatura.
La última vez que el escritor disfrutó de la ciudad
y de sus festejos fue en el año 1959. Se dice que
en 1961 le había prometido a su querido amigo,
el torero Antonio Ordoñez, que volvería para las fiestas de ese año. No pudo ser, ese verano se
quito la vida en su casa de Idaho. El destino quiso
que el entierro se celebrara el 7 de julio, día de
San Fermín. Esa tarde, en Pamplona, durante la
corrida, Antonio Ordoñez se puso un lazo negro
en la manga del traje y pidió, antes de enfrentarse
al primer toro, un minuto de silencio por aquel
amigo que se había ido, convertido en el más
grande de los aficionados."
Reportaje La Pamplona de Hemingway, revista Excelente Iberia
Reportaje La Pamplona de Hemingway, revista Excelente Iberia