Hermana de Alfonso XII era la serenísima infanta Isabel de Borbón, conocida popularmente como “La Chata”. El 19 de julio de 1908 visitó Pamplona en medio de la indiferencia de algunos de los medios de comunicación provinciales (tan sólo “Diario de Navarra” y “El Demócrata Navarro” recogieron profusamente la noticia), entre los que por razones obvias de carácter ideológico, destacaban los periódicos carlistas y tradicionalistas.
La infanta y su séquito, en el que también iban la Marquesa de Nájera y el Conde de Coello, ocuparon toda una planta de habitaciones en el Hotel La Perla, con un total de diez habitaciones. La Infanta, tal vez considerando el abundante personal que le acompañaba en el séquito, había rechazado previamente la invitación de la Diputación de alojarse en el Palacio foral, así como la que también le hizo el Conde de Guendulain, y prefirió alojarse en La Perla. Aunque es fácil pensar que en el rechazo a alojarse en el Palacio de Diputación pesase también el tinte carlista de la mayoría de los diputados.
Foto: Pasea por Madrid
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Cuando la Infanta llegó a la ciudad en la puerta del hotel le esperaban los Grandes de España, señores Conde de Guendulain y el Marqués de Albentos, así como una comisión del partido conservador formada por los señores Gil y Bardají, Uranga, Gaztelu y Ubillos. Una vez que la Infanta subió a sus aposentos se asomó a uno de los balcones que daban a la plaza para saludar a la multitud allí congregada; S.A.R. mostró su deseo de que bailasen los gigantes, y así lo hicieron. Ese día las tropas de la guarnición hicieron un desfile en la plaza del Castillo, pasándoles revista la Infanta desde los balcones del hotel.
Una de las diez habitaciones que la Infanta ocupó en el hotel, concretamente una que estaba orientada a la calle Estafeta, se destinó a recibidor particular de S.A.R.; en esta habitación, según informaba “El Demócrata Navarro”, había, además de “muebles ricos y hábilmente colocados”, un piano y elegantes rinconeras rematadas en su parte superior con macetas floreadas. Aquí recibió la Infanta al Gobernador Civil, al Alcalde de Pamplona, al Obispo de la Diócesis, Gobernador Militar, Coroneles de los Cuerpos, y a otras entidades.
La habitación del señor Coello, secretario de la Infanta, era una de las que tenía vistas a la plaza. Y contigua a esa habitación estaba el comedor, o mejor dicho, uno de los comedores, concretamente el que solía usar Pablo Sarasate. El adorno de este comedor era sencillo y elegante, y en él podían comer hasta diez personas. Eso sí, todo estaba preparado para que si la Infanta desease un día invitar a un número mayor de comensales, estaba preparado a tal efecto otro comedor en la planta entresuelo, como así sucedió el mismo día de la llegada, 19 de julio, en el que a las 20’30 horas se juntaron a cenar la Infanta, la Marquesa de Nájera, el Conde de Coello, Gobernador Civil, Alcalde, Condes de Guendulain, Obispos de Pamplona y de Madrid-Alcalá, General Gobernador, Vicepresidente de la Diputación, Deán de la Catedral, Presidente de la Audiencia, Fiscal de S.M., y el Capitán de la Compañía que le dio guardia de honor. Se sabe que durante la cena la Infanta Isabel relató numerosas anécdotas y curiosidades de su madre la Reina doña Isabel.
Contigua al comedor estaba la habitación de la Marquesa de Nájera, con balcones a la Plaza del Castillo y a la calle Héroes de Estella (actual calle Chapitela). Seguido a este dormitorio estaba el de la doncella de la Infanta.
La habitación destinada a S.A.R. doña Isabel de Borbón era una amplia estancia, de estilo italiano, con balcones a la calle Héroes de Estella. Decía el mencionado rotativo que la decoración de esta habitación “es de muy buen gusto, sencilla, con elegante sencillez. Sobre la cama -de nogal tallado- vimos hermoso cobertor de seda azul brocheada de plata. Un bonito escritorio de señora, elegante armario de luna, y demás muebles completan el decorado del dormitorio que puede calificarse de regio”. Quiso también la Infanta, y así se hizo, que en la habitación se le pusiese un tocador.
La escalera central, como los accesos a las habitaciones, estaban minuciosamente decorados, dignos de una visita de esa categoría. El resto de las habitaciones estaban destinadas a la servidumbre real.
Dentro del extenso capítulo de anécdotas que se produjeron en torno a esta egregia visita se puede destacar el hecho de que a media mañana le gustaba a S.A.R. acercarse a La Perla para tomar un caldo.
Pero lo realmente gracioso sucedió el día que llegó la Infanta. Se sabía que venía en un coche descapotable, y se observó que la lluvia hacía acto de presencia de una manera tormentosa. Ante este hecho el presidente de la Diputación, don Manuel Albistur, y el diputado foral don Máximo Goizueta, tuvieron el detalle de salir en un automóvil cubierto al encuentro de la Infanta para traspasarla al coche cubierto. La localizaron en la venta de Izco, en donde la comitiva había parado para merendar. La Infanta agradeció enormemente el detalle, pero rehusó el ofrecimiento. Así pues, cumplidos con el deber de cortesía, las autoridades navarras regresaron a la capital dejando atrás, descansando, a la egregia comitiva.
A las tres y cuarto de la tarde hizo su aparición por la carretera de Zaragoza, ascendiendo a la ciudad, el coche del presidente de la Diputación en el que supuestamente tenía que viajar la Infanta. Al visualizarlo dieron en Pamplona la señal de aviso; se esperó a que se acercase el vehículo un poco más, y cuando ya estaba llegando se activó todo el dispositivo de recibimiento a la egregia visita: música, cohetes, tracas… Para cuando el presidente de la Diputación paró su coche y salió precipitadamente de él haciendo señas de que no traía a la Infanta, ya era tarde, se estaba consumiendo ya toda la colección de cohetes en honor a una infanta que descansaba todavía a treinta kilómetros de la ciudad ajena a los honores que se le estaban tributando. Pero… el anecdotario de su visita no había hecho más que empezar.
Otra anécdota curiosa la protagonizó la propia Infanta en el momento de su llegada a la ciudad al comprobar que en la Plaza del Castillo estaba la tropa en formación, bajo una intensa lluvia, a la espera de que ella pasase revista a los soldados. Inmediatamente ordenó que rompiesen filas, a la vez que mostraba y exteriorizaba su malestar por el hecho de que alguien hubiese tenido a los soldados mojándose sin ninguna necesidad de ello.
Tan sólo unos minutos después sucedía otro hecho curioso. Instalada la Infanta Isabel en sus aposentos del hotel fue requerida para salir a uno de los balcones, pues las autoridades y los Grandes de España querían rendirle su particular homenaje. En un momento dado, estando la comparsa de gigantes lista para hacer su coreografía, la Infanta les hizo cortésmente una seña autorizando el inicio de la actuación. Seguidamente las egregias figuras de cartón piedra se pusieron en movimiento, con el consiguiente susto para el caballo que tiraba del carruaje del Conde de Guendulain que salió corriendo, en estampida, haciendo volcar al vehículo y arrastrándolo por la plaza ante la sorpresa de todos.
La última anécdota –que se sepa- que protagonizó la infanta sucedió por la noche. Las autoridades le habían preparado un acto en el Teatro Gayarre al que asistió, como no podía ser de otra manera. Pero…, finalizado el acto, la Infanta decidió meterse en uno de los cinematógrafos que se habían instalado en la plaza para el pueblo liso y llano; y allí, en ese cinematógrafo, se proyectaba en ese momento, precisamente, una película que trataba del intento de un anarquista de atentar contra el rey. El público, al darse cuenta de que había llegado la Infanta y de que se había acomodado entre el público, empezó a protestar para que el encargado del cinematógrafo suspendiese la proyección de la película pues no les parecía correcto que estando allí la Infanta se proyectase esa película con tan escabroso tema. Tal fue la crispación que la propia Infanta se sumó a la protesta, pero en este caso su petición era precisamente para lo contrario, pues no quería quedarse sin ver la película ni el desenlace de la misma.
Abandonó la ciudad la infanta Isabel de Borbón el día 23, no sin antes recibir en el hotel a las diferentes autoridades que acudieron a despedirse.